jueves, 18 de enero de 2018

Jabón de vino tinto, un regalo para la piel

Tengo muchas asignaturas pendientes en lo que a jabón se refiere. Como, por desgracia, el tiempo que puedo dedicarle no es mucho y los jabones decorados me chiflan, me olvido de probar ingredientes o recetas nuevas. No dejan de sorprenderme las cualidades que aportan determinados productos al jabón, cómo modifican, para bien, sus características finales.


Le tenía muchas ganas al jabón de vino tinto. Las posibilidades cosméticas del vino son de todos conocidas, pero este tipo de jabones requieren de cierta previsión para su elaboración y yo soy la reina del "aquí te pillo, aquí te mato". Finalmente, en un alarde de organización, conseguí prepararlo todo para hacer mi primer jabón de vino tinto y ya os adelanto que no será el último.

Os explico cuáles son los pasos a seguir si queremos hacer este maravilloso jabón. No seáis tan vagos como yo y poneos manos a la obra, os aseguro que el resultado os va encantar.

Lo primero que tenemos que hacer es poner el vino tinto a hervir a fuego lento. En teoría esto es para que evapore el alcohol, así se ha hecho toda la vida. Y digo en teoría porque, cuando me dispuse a hacerlo, estuve buscando información sobre cuánto tiempo exactamente debía hervir y encontré varias páginas en Internet que decían que el alcohol no se evapora porque el vino hierva. En fin, lo malo del alcohol en el jabón es que acelera la traza, como yo no pensaba hacer decoración ninguna porque me gusta que los jabones de ingredientes concretos sean sencillos, tampoco me importaba demasiado que acelerase.



Una vez hervido el vino, pesamos la cantidad que vamos a necesitar para la lejía y lo congelamos. Yo utilizo una cubitera con tapa para que no se derrame y, al ser cubitos pequeños, sea más fácil disolver la sosa. Cuando el vino esté completamente congelado, preparamos la lejía. Hay que tener paciencia porque tarda bastante en disolverse y queda un mejunje espeso y de peculiar olor.

A partir de aquí sólo queda realizar el jabón con la receta que hayamos elegido. Estos jabones suelen quedar de un marrón indefinido, yo intenté darle un color granate, pero no estuve muy acertada en la mezcla y me quedó este caldera que, aunque no se parece en nada al color del vino, no me disgusta. No deja de ser un color terroso y el vino es algo muy vinculado a la tierra ;).

Cuando comenté con alguna compañera jabonera que por fin había hecho jabón de vino, me aseguraron que el vino daba unos jabones muy cremosos que seguro me iban a gustar. No es que dudase de su palabra, más bien dudaba de que yo fuese capaz de apreciar la diferencia, pero se aprecia, ya lo creo que sí.